sábado, 18 de febrero de 2017

Ella era perfecta








«La vejez, es la más dura de las dictaduras
La grave ceremonia de clausura
De lo que fue la juventud, alguna vez»
(La vejez. Alberto Cortez)


Aunque ya de pequeño se había ganado mi predilección, y jugué mucho con ella, hube de esperar a hacerme un hombrecillo para descubrir sus verdaderos encantos y atisbar  lo importante que sería en mi vida.

Era perfecta en sus medidas, en su presencia, en su elegante y altiva pose... en su belleza. No dejaba indiferente, y jamás defraudaba las expectativas que despertaba. Con su aparente y cotidiana serenidad y templanza, desplegaba la pasión y maestría de una diosa en «la batalla».

No puedo quejarme, la disfruté cuanto pude y todo el tiempo en que gozó de salud y energía. Pero nada bueno es para siempre, y, aunque a mí me trató bien la vida, y el declive del cuerpo se me fue sirviendo con el retardo más deseable; con ella la suerte estuvo esquiva, y, quizá por la intensidad con que vivió, una vejez prematura le sobrevino inesperada, para sumirla en una depresión de la que no saldría. Yo le brindé todo el cariño, la dedicación,  la paciencia que merecía, y le busqué todas las curas que existían; pero ya no volvería a ser la misma. No recuerdo si desistió a los setenta, o acaso menos  años; lo que si recuerdo cada día, son los buenos momentos que vivimos, el placer que compartimos, y los secretos que nos desveló la vida…

Años después, oí hablar de aquel remedio, aquel descubrimiento que cambiaría el mundo. Para cuando llegó el tratamiento que habría podido salvarla, ya era tarde, y solo sirvió para animarla lo justo, para  incorporar un poco su encorvado cuerpo en la cama…

Y esperé la muerte vagando con pasmo. ¿Rehacer mi vida?, ¿cómo?... Había perdido mi alegría, mi amiga, mi fiel compañera; había perdido mi potencia, mi querida verga…

Aurelio Bonilla

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