martes, 25 de abril de 2017

A la próxima invito yo...











Más de cinco años ya, querido amigo, y tus palabras aún siguen retumbando cada día en mi interior...

Sé que no me puedo considerar responsable, pero los sentimientos de angustia y de un vacío tan injustificado como hondo, no me abandonan.

Diablura insólita de un destino que jamás comprenderé… Treinta años sin vernos, para cruzarnos a la entrada de aquella lejana venta de carretera. Tú te marchabas, yo no debí llegar nunca. Si no te aviso, ni siquiera me hubieras reconocido, te hubieras ido, y solo me habría quedado la pena de dejar pasar la oportunidad, quizá única, de saldar la mayor deuda que guardaba a mi pasado.

Pero me alegró muchísimo saber que te había ido bien;  que no solo habías sobrevivido, sino que lo habías hecho realizando sueños; que estabas al tanto -aun no me explico cómo- de la maravillosa mujer y artista en que se había convertido Lolita, esa fotocopia tuya que te supera; y que pudieras llegar a saber que ni yo ni Lola te culpamos entonces, más allá de las pocas semanas que tardamos en comprender, una vez superado el «duelo», que había más sentido de responsabilidad en tu decisión de huir, que en la de quedarte.

No le fue fácil a mi hermana criar a la niña en el pueblo, como madre soltera, en aquellos años aun tan grises de principios de los ochenta; pero seguro le fue mejor que haberlo hecho enjaulando a un joven que fue punta de lanza de una generación que quería romper con la triste historia de su gente, volando sin paracaídas sobre la «tierra prometida» de aquella «Movida»  loca y apasionante que tomó la capital. Más, cuando, a tan corta edad, ya hacías el viaje galopando a lomos de aquél «caballo» que volvió, una y otra vez, para arruinar y partir el alma a tantas buenas familias.

Y perdoné, sí, perdoné que me dejaras sin mi mejor amigo, «mi hermano»; perdoné que truncaras la ilusión de aquella prometedora banda, llevándote contigo nada menos que su voz, su guitarra y aquella inspiración única. Y, por supuesto, perdoné que le negaras la juventud a Lola; aunque de esto ella no solo no te consideró responsable, sino agradecida por el mejor regalo que le hizo la vida. Cómo no perdonar… si por lo que más te odié en aquellos días fue por no haber tirado de mí; si llegué a envidiar hasta tu más que probable mendicidad madrileña, por la libertad y la «riqueza» que seguro te regaló tu aventura. Pero jamás estuve a un paso de seguirte… yo nunca tuve ni tu arrojo ni tu genio.

Y aquí me tienes amigo, un año más sentado a tu vera; deseando haber sido yo a quien arrancara la vida aquel borracho cabrón que se empotró contra la venta, justo cuando te volvías para decirme con tu irónica socarronería siempre indultada en tu eterna y sincera  sonrisa, que, «recuérdamelo, quillo, a la próxima invito yo».

Aurelio Bonilla

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3 comentarios:

  1. Muy bueno. Tienes buenas dotes literarias.

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  2. Maravilloso. Hace tiempo ya, en el León de finales de los 80 sufrí en mis carnes una historia parecida. Como dicen los Extremoduro se me sale dando pedales sin mi permiso una lagrimilla

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  3. Gracias a los dos. Cuando viene de empedernidos lectores, la crítica o halago tiene doble valor.

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